“CONTINÚA VANDALISMO DE FEMINAZIS”, gritaba la primera plana, “Más marchas para mañana, prepárese” amenazaba el tremendo titular, acompañado de la foto de tres mujeres con la cara tapada y los pechos al aire, que llenaban de aerosol las paredes del H Palacio Municipal.

CDMX. —¿Una más? —preguntó indolente el agente del ministerio al recibir el cuerpo en el SEMEFO, levantando apenas la mirada del periódico. “CONTINÚA VANDALISMO DE FEMINAZIS”, gritaba la primera plana, “Más marchas para mañana, prepárese” amenazaba el tremendo titular, acompañado de la foto de tres mujeres con la cara tapada y los pechos al aire, que llenaban de aerosol las paredes del H Palacio Municipal.

—Una menos, comandante— corrigió con el rostro desencajado María, su asistente, que aunque con más preparación, sería eso hasta su último día: la asistente. Llenando formularios, sumaba un cuerpo más a la escalofriante estadística nacional de mujeres asesinadas, mutiladas, humilladas, desaparecidas y vueltas a encontrar demasiado tarde.

—Ve tú a saber en qué andaba metida, Mary.— sentenció el comandante Vázquez— ya saben cómo están las cosas y ahí andan jugándole al vergas, yéndose con cualquiera.

Al terminar la jornada María partió hacia su casa, agradecida de que el comandante estuviera en el baño al momento de su partida. Desde la posada había agarrado mucha confianza y se despedía de ella con un incómodo beso. “Con cuidado, Mary”, le decía mientras sostenía su mano morena entre las propias, blancas, surcadas por venas azules y manchas ocasionadas por el sol y la edad. Apretando firme mientras se la comía con la mirada, salivando y adivinando sus curvas femeninas debajo del holgado uniforme. Dos tallas más grande de la ideal, para no levantar pasiones. Como le había enseñado Esme, su madre.

Se fue pensando en la muerta. El cuerpo inanimado, mordido, golpeado con saña, con la cabeza molida a golpes, irreconocible. Anónima, sin voz. Con las uñas despegadas en la urgencia de la violación, con la vulva reventada ve tú a saber con qué cosa.

Se fue pensando en su madre, que ya casi ni salía a la calle, y en su hermana menor, quien a sus doce años ya sabía por dónde no había que pasar y a qué hora; ya sabía que debajo de la falda del uniforme de la secundaria siempre había que llevar short; ya sabía que en caso de emergencia no tenía que pedir ayuda “porque entonces nadie sale. Al contrario, grita FUEGO, SE QUEMA, para que entonces sí salgan todos y tengas chance de huír”; ya sabía que debía traer las llaves en la mano para usarlas como arma ante cualquier situación en la que, dios no quiera, se sintiera en peligro.

Pensó en su padre Nacho, su padrastro mejor dicho, que la había criado como suya, porque el biológico había abandonado a doña Esme, cuando María era muy chica. No tan chica como para no recordar las golpizas que le daba a su madre cuando se demoraba demasiado en la calle platicando con la vecina, o cuando él llegaba de trabajar y la comida no estaba lista, o cuando la comida estaba lista pero muy caliente, o muy fría… o cuando llegaba borracho. Nacho le gritaba y se enoja, pero eso sí, nunca le ha pegado, por lo menos no que ella recordara.

Las llaves en la mano, dios no quiera. Aprieta el paso que ya casi es media noche. A unos metros ya se ve la luz sobre el portón de la calle Tezcatlipoca número 38. De repente hace más frío y María se siente inexplicablemente intranquila. Pero ya va llegando, en su cama la espera Bravo.

LA MAÑANA DEL 9 DE MARZO

A las siete de la mañana, el frío despierta a Bravo. Abre los ojos y siente la cama enorme, vacía y nota la falta que le hace María. La extraña y extrañándola se talla los ojos como puede. Se estira sobre la cama aún tendida y arquea su espalda escuchando los ruidos de afuera. Algo no anda bien. Huele a café y a huevos fritos con chorizo, qué bien. Pero no huele a María, qué mal.
En la cocina está Nacho, calentando él mismo sus tortillas. En serio algo no anda bien.

El hombre mira extrañado la pantalla del televisor, con más atención de la habitual, huele a preocupación. Tampoco está Ana, tampoco logra oler a Esme. “¡Nacho, las tortillas!”, ladra Bravo cuando la cocina se llena de humo.

El comandante Vázquez sale del baño tras orinar con dolor la descarga mañanera y se dirige a recostarse otro momento en la cama. De su mujer ni sus luces. No lo despertó como es costumbre. Total, tarde ya se le hizo, mejor se duerme en lo que carga la batería de su celular.

En las calles los hombres se miran con extrañeza. Nadie sabe qué ha pasado ni qué será lo que harán. Afuera de la secundaria de Ana unos cuantos autos manejados por despistados padres van a dejar a sus hijos varones a la escuela. No hay maestras, no hay personal administrativo y la mitad del alumnado está desaparecido.

Bravo se ha resignado a quedarse sin comer, total, Nacho nunca le ha servido. El plato puede quedarse vacío, pero ¿y María? El perro negro le ladra desesperado a Nacho “¡Vamos a buscarlas, deben estar por algún lado!” trata de hacerse entender olvidando que los humanos rara vez prestan atención a lo que él les dice. Excepto María, ella sabría qué hacer.

Nacho sale confundido a la calle y deja a Bravo haciendo guardia. La ciudad es un caos. Doctoras, policías, cocineras, artesanas, abogadas, madres, abuelas e hijas. El país entero se ha quedado sin mujeres. Bomberas, recepcionistas, paramédicos, meseras. En las noticias algo han comentado. Actrices, vendedoras, secretarias, gobernadoras. Sin saber qué hacer sube al auto y enciende la radio. Escucha la aguda voz del presidente y pone atención. Algo deben de saber los de allá arriba. El ejecutivo no deja de culpar a sus adversarios y asegura que es un plan de la oposición para derrocarlo. Molesto apaga la radio y enciende el motor.

NI UNA MÁS.

Parte sin rumbo buscando a alguien que le diga qué hacer, se siente desamparado. En las calles del centro los negocios no han abierto. Nacho mira a individuos que gritan exigiendo una respuesta; el hombre calvo de la papelería llora. Unos metros más adelante varios más se han agarrado a golpes. Esto no puede ser cierto, el país está colapsando. Se ven pocos niños en las calles, llorando algunos como el hombre calvo de la papelería.

Bravo anda y re anda sobre sus pasos, dando vueltas por la casa, oliendo, investigando qué pudo haber pasado. Lo de menos es el hambre y la sed que ya lo aquejan ¿cuando va a regresar María? ¡Pobre de aquel que se haya atrevido a hacerle algo!

Las horas transcurren y el día más largo de la humanidad no acaba aún. Ya nadie mira las noticias, nadie escucha la radio. Cuadrillas de varones se han organizado para buscar a sus madres, hermanas, primas y sobrinas. La atmósfera se siente como en una pesadilla. Nacho, como última opción ha ido a buscar una iglesia. La más cercana está ardiendo en llamas, varios sujetos coléricos le han prendido fuego en venganza hacia aquel ser todopoderoso que los ha castigado de aquella cruel manera.

En el camino Nacho no deja de pensar “¿y si en verdad es un castigo? ¿y si no vuelven nunca más? Esto no puede ser cierto. Simplemente no puede ser cierto”.
Las telecomunicaciones han caído. Los mercados se han ido a pique, las instituciones arden, la ciudad entera se ha visto vandalizada por hombres que, aprovechando el desconcierto, han comenzado la rapiña. La noche ha llegado y la desesperación se apodera de Nacho.

NI UNA MENOS.

Las pesquisas no han dado frutos. No hay pista alguna para saber qué ha pasado con todo el género femenino de la raza humana. La noche del día más largo pinta para ser igualmente larga y dolorosa. Lo poco que escucha Nacho indica que el descontrol ha traído incluso violencia y muertos. La ciudad se siente tremendamente vacía e insegura. Manejando a casa, nota que ya no solamente llora el hombre calvo de la papelería. Un llanto desesperado resuena por todos lados como si se tratara de la música ambiental de una horrible farsa.

Estaciona el auto casi al llegar al portón de la calle Tezcatlipoca número 38. Hay autos estacionados sin un orden específico y esto le impide hacerlo afuera de su propiedad. Se siente intranquilo, ya casi es medianoche y las calles se han vuelto un manicomio. De repente hace más frío y escucha el ladrido de Bravo dentro de su casa.

Han vuelto. ¡De veras han vuelto! De pronto un silencio reina en la ciudad, todos se han quedado sin palabras por un breve instante. Nacho entra a casa y encuentra dentro a Ana y a doña Esme, sin saber lo que ha pasado. Bravo, vuelto loco busca a María, seguro ella debe estar por allí también. No está en la cocina. No está en la sala ni en su recamara. Bravo camina hacia el portón blanco de la calle Tezcatlipoca número 38, desesperado y emite un chillido triste. Resopla y se recuesta con la mirada fija en la puerta a esperar a alguien que sabe, por fin, que nunca regresará.

IG @TheQueerGuru ||  FB @TheQueerGuru  || TW @TheQueerGuru